Si oímos un ruido extraño en el coche, no lo dudamos, consultamos al mecánico, “no vaya a ser que se gripe el coche”. Si el radiador pierde agua, si la conexión a Internet va lenta, no lo dudamos, llamamos al técnico. O si tengo una duda sobre la declaración de la renta, consulto con mi gestor.
Tenemos muy claro qué hacer ante este tipo de situaciones, acudir al especialista.
Sin embargo, nos cuestionamos sobre visitar a un especialista ante los primeros indicios relacionados con nuestra propia salud, restándoles importancia: “a ver si se me pasa”, “debe ser una tontería”, “no tengo tiempo ahora para esto”, “en general, me encuentro bien”, “a ver si con el tiempo se soluciona”. Nuestra salud nos lanza pequeñas señales que nos advierten antes de que llegue a darse un problema serio.
Con frecuencia, detrás de esta evasión o negación, se halla el miedo a afrontar lo que ocurre, la incertidumbre de que nos digan que algo no va bien. Nos engañamos a nosotros mismos y, sin embargo, las dificultades siguen estando ahí, pudiendo incluso perjudicar a otros ámbitos de nuestra vida. En muchas ocasiones, el empuje viene de nuestra pareja, familiares y amigos cercanos, se dan cuenta y nos animan a visitar a un profesional de la salud.
Afortunadamente, la concepción sobre la salud y la calidad de vida está enfocándose cada vez más sobre la prevención: no esperamos a tener un agujero en la muela por una caries para ir al dentista. Cada vez es más frecuente escuchar: “voy a la revisión anual”.
La concienciación de la responsabilidad sobre nuestra propia salud va abriéndose camino. Y empezamos a pensar y a actuar coherentemente con el dicho “más vale prevenir que curar”.
Vamos entendiendo que la salud es el resultado de la interacción entre aspectos biológicos, psicológicos y sociales. Y si alguno de estos pilares empieza a tener interferencias, nuestra salud se desequilibra.
Hay muchas situaciones que pueden redirigirse antes de que la bola de nieve empiece a rodar y se haga cada vez más grande, siendo mejor prevenir que curar.
De la misma forma, no es necesario esperar a tener un trastorno mental para acudir al psicólogo. En este sentido, nuestra visión está cambiando: “voy al psicólogo porque tengo un problema importante”, y estamos aprendiendo a darle la vuelta: “voy al psicólogo para no tener un problema importante”.
Aspectos relacionados con la educación de los hijos, nuestra relación de pareja y nuestras competencias personales y sociales, pueden plantear dudas que podríamos resolver rápidamente si consultamos con un profesional especializado en estos temas.
En cuestión de salud, si aprendemos a anticiparnos y a prevenir dificultades, la solución es más fácil: no es necesario esperar a estar deprimido, a tener una crisis de angustia o un ataque de pánico, a que la relación de pareja o con nuestro hijo se nos vaya de las manos para acudir al psicólogo.
El psicólogo sanitario tiene entre sus objetivos profesionales asesorarte y orientarte de forma preventiva acerca de las inquietudes que tengas sobre la educación de tus niños, tu relación de pareja, los diversos ámbitos sociales o sobre aspectos más o menos personales o íntimos.